sábado, 29 de abril de 2017

Surco nº1

Devaluación

No es la poesía, la música, el cine... el arte, en suma, lo que se ha devaluado.
Es el público el que ha perdido calidad.

En el aniversario de Gloria Fuertes

Cuentan las sabios del lugar que la poesía de Gloria Fuertes siempre estuvo ahí.

Aguas residuales

El "selfie" para nadie.
Las fotos con filtro.
La portada trucada.
El "me gusta" inmediato.
Los "contactos" sin roce.
La cultura del "zasca".
Los poemas apócrifos.
El falso "trending topic".
La bandeja antispam.

El signo de los tiempos.
El tiempo de los signos.

Pensar en España

Mirando litografías de lo que algunos llaman "arte de la tauromaquia" (las litografías lo son, lo que representan, lo dudo) encuentro, más allá de fondo y forma, una verdad ancestral: pensar en España es estar siempre de parte del toro.


Manifiesto por la lectura 2017

Con motivo del Día Internacional del Libro, la Biblioteca Municipal Juan Pablo Forner de Mérida me ha encargado el manifiesto por la lectura de este año. Aquí dejo el texto íntegro, que no es exactamente el que se ha publicado y difundido.


SOLAMENTE HUMANOS

Existen tantas maneras de leer como sensibilidades a la hora de dar vida a los sueños, ideas y emociones que los libros nos ofrecen. Con su rudimentario formato y su profunda sencillez, el libro es sin duda uno de los inventos definitivos de la Humanidad, al lado de la rueda, la palanca, la cuchara o la bicicleta. Pero más allá de su valor intrínseco como preciado objeto de culto, es la lectura, en cualquiera de los soportes que hoy se nos presenta, lo que distingue a todo aquel que -desconociendo tal vez la máxima de Píndaro- se asoma al bosque de la literatura para llegar a ser quien es realmente. Y es que, como bien sabía el viejo bardo americano Walt Whitman, los libros son mucho más que un montón de hojas cosidas y ordenadas, son una obra de amor: “Compañero, esto no es un libro, quien toca este libro toca a un hombre”.

En efecto, la lectura -cualquier lectura de la que seamos dueños conscientes- nos empareja con el prójimo, nos devuelve a nosotros mismos reflejado en el otro, abre en lo ignorado un mundo de significados nuevos y maravillosos, ilumina oscuridades, revela la claridad del mundo, alumbra el laberinto interior en el que tantas veces buceamos sin obtener respuesta. Para saber quién soy necesito leerme en los demás. Para saber que algo existe necesito darle un nombre. La literatura es el arte de nombrar el mundo, de recrear la realidad. Por eso hay quienes buscan en la lectura una vía de “evasión”, un pasadizo a otras vidas. Bendita evasión, pues ningún libro es inocente. Ante una gran historia, ante un buen texto, el lector se sabe implicado en un sutil juego de espejos en el que llega a sentirse protagonista absoluto –héroe y dios, víctima y verdugo-  para terminar siendo, en realidad, el creador de todo aquello que lee y recrea en base a su propia experiencia. 

Frente a esa noble necesidad de evasión, la lectura nos ofrece, también, la más preciada herramienta para poner bajo sospecha, para cuestionar continuamente, los mecanismos del poder, vale decir: la realidad que se nos hace creer y vivir. Así, cualquier lectura –pues un libro es todos los libros- nos conduce por el sendero del autoconocimiento y la superación constante de enigmas, trabas, complejos y dificultades ejercitando nuestra capacidad para crear “realidades alternativas”, necesarios desvíos al pensamiento único. Es la lectura de “invasión”, la que ofrecen géneros como el teatro, el ensayo y, por supuesto, la poesía.

En estos tiempos veloces hay quienes confunden, de forma interesada, el fomento del hábito lector con la compra de libros y otras plataformas de lectura, como si el continente fuera lo que crea el hábito y no al revés. Para leer "basta ser solamente humanos", decía Pablo Neruda. El problema es que el mercado editorial no busca humanos: quiere clientes. Ni siquiera lectores. Clientes del día de San Jordi, clientes del Día de la Madre, clientes del Día de los Enamorados… clientes oportunos, fugaces, desmemoriados. Un libro por sí mismo no enseña nada si el lector no lleva dentro de sí, debidamente engrasada, la capacidad de descubrirse, de emocionarse, de indignarse, con él. (Y aquí se abre el drama de la enseñanza que conlleva la imposición de leer). Sin duda, el mejor método que podíamos idear para echar a perder lectores es obligarlos a comprar un libro. Lo que aprendemos bajo el dominio del deber termina engendrando resistencia. Aunque pudiera deleitarnos. Más bien es el camino inverso lo que deberíamos emprender si queremos que algunas personas lean (no todo el mundo está obligado a hacerlo, como recuerda Daniel Pennac). Por experiencia, uno sabe que el conocimiento viaja del mar a la fuente y no al revés. Del presente hacia atrás siempre, de la vanguardia a la tradición. Porque una cosa es ser humanos y otra bien distinta sentirnos humanos. Para sentirnos humanos es preciso el concurso de los otros. Lo primero viene dado y no requiere esfuerzo ni talento. Lo segundo exige ambas cualidades: se necesita talento y esfuerzo para lanzarnos en busca de nosotros mismos a través de las historias, los poemas, las canciones, las películas y los lienzos que otros, antes, leyeron a su vez. Interpretaron así su realidad como nosotros hacemos con la nuestra; nos legaron sus fórmulas y sus dudas, sus preguntas, sus respuestas, el fracaso y la grandeza de su esfuerzo.

¿Cómo responder a tan generosa ofrenda? Leyéndonos. 

Aprender a sentirse humano exige, desde luego, amor hacia uno mismo y hacia la vida.