sábado, 4 de octubre de 2014

El gran teatro del mundo



No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes;

Pedro Calderón de la Barca


Llega un momento en la vida en que el sórdido teatro del mundo pone ante nuestros ojos su más retorcida burla, ésa grotesca pirueta que convierte al villano corrupto en ciudadano del año, al marica acobardado en marido ejemplar, al maltratador sin escrúpulos en figura del orden, al corruptor de menores en amigo de los niños, al pasante de cocaína en director del coro sacro. La vida se encarga, con dudosa elegancia, de mostrarnos cuan fútiles llegan a ser las esperanzas de un cambio verdadero en el corazón de estas personas. Abismo y penumbra, infierno y purgatorio dentro de ellas, tormento de la máscara que nunca cae de sus rostros, tan fuertemente sellada por la necesidad de atención como por el vicio de sostener la triste opereta hueca de sus vidas. A mayor alarde de virtud más fiero engaño. En esta amarga comedia de la existencia humana–pues conocemos de antemano su final- las cartas están marcadas y el tablero es la calle, la plaza, la iglesia, el prostíbulo. Por más que cambie el decorado, el argumento siempre es el mismo: rara vez se reconoce al bueno, al limpio, al honrado. Fácilmente hará de su miseria beneficio el turbio, peste de su negra bilis el envidioso, fortuna de su despotismo el tirano. Y todos ellos son aplaudidos por la masa inane, plebe que a la vez eleva y escupe, condena y envidia el traje nuevo del emperador que desnudo se pavonea ante el gentío. Podemos verlo en medio del corro, cortejado por las putas más hermosas, bendecido por la gracia del santo o elevado a ejemplo para estímulo de generaciones venideras. Por suerte, el futuro no llega nunca y en el eterno presente del circo, sobre la arena donde desfilan las fieras y lanzan sus tortas los payasos, hasta los niños saben de qué pie cojea cada uno. Ríe desencajado el público a la espera de la fatal caída, será el momento de abalanzarse sobre reyes, héroes, figurines, amos, mandamases y donnadies. Mientras tanto ahí siguen, sonrientes y erguidos, oscuros y ruidosos. Acaso nadie los señala porque teme a su vez ser descubierto y así, de silencio en silencio, de bendición en blasfemia, se perpetúa la comedia humana, distracción de peregrinos en la Nada absoluta. Fijaos bien: donde vemos caridad hay opulencia disfrazada, donde encontramos camaradería hay adulación interesada, donde comparece el servidor público hay un cacique impaciente, donde esperábamos al amigo hay un traidor sin conciencia. Gira y gira sobre sí mismo el gran teatro del mundo, tiende sus redes el gris esperpento del hombre que es lobo para el hombre y al que solo aguarda la piedad de la piedra y el polvo. Hoy como ayer, mañana como hoy, y siempre igual. A cada segundo se levanta el absurdo telón para caer de nuevo. Y siempre la función es la misma: vanitas vanitatis. Sólo el público y los actores muda.